A Mangoleteira - La quilombera (traducción)

 La mangoleteira

Eran la diez de la mañana de un doce de julio, el mercado de Santiago parecía mas bullicioso que nunca, ella estaba contenta de tener ese contacto con el verdadero pueblo. Llevaba en su brazo derecho un enorme manojo de flores amarillas que finalizaba de comprar y una mujer que salía a su encuentro le dice: guapa, se le ofrece bragas... braguiñas... mientras ella se las mostraba de frente, casi encima de la que a ella le fascina. La esperanza ese mercado le daba la oportunidad de conocer el verdadero pueblo de la gente.
Le encantaba observar como regateaban los precios, cosa que ella era incapaz de hacer. Alli estaban todos los colores y olores que tantas veces había pintado en sus cuadros, no porque los había mirado, sino porque su padre y abuelos le habían contado. Más adelante, empuñando la mano izquierda con la cámara le tomó una foto a una vieja vendedoira de huevos y gallinas, esta al darse cuenta dijo unas frases, y se marchó del lugar. Todo la divertía. Con una alegría casi sensual compró cerezas y fresas, pregunto a unos hombres gallegos los nombres de muchas cosas. Llegó hasta el sector de pescados y mariscos y, como jamás había comido percebes no le importó que habían sido un poco caros, de todas maneras iba a comprarles. Más la imagen de los hombres que arriesgaban sus vidas para conseguirlos, el golpe de las ondas del mar, la dureza de las rocas, los cruceros que los llevaban le impidió hacerlo. Volvió a voltear su rostro en otro puesto cuando unos ojos la dejaron atónita, eran fríos, burlones, parecían huir de la escalofriante cara. Giró la cabeza con repugnancia con todo el asco que era capaz de sentir. pasaba por allí una enana a la cuál ella en otros momentos habia visto, igual que siempre laprocuraba tratar como una persona común, igual a los demás, solo un poco más pequeña, mas entonces comprendió que algo acontecía. Sí, (con perdón de los verdaderos enanos) recordó esa otra, a la cual suyo cuerpo era carente de estatura sino todo lo que tenía dentro de su cabeza. Visualizó la repulsiva piel lechosa, como si el sol había sentido vergüenza de verla y jamás hubiese atrevido tocarla, la desagradable cicatriz fruto de la estupidez que como una telaraña cubría su rostro gordo y sospechoso... y esos labios de madama dibujados estridentemente, el mismo color de las uñas de bruja. Sí, eran sus ojos, esos ojos de pez muerto, los de ella, los que estaban en el mostrador. Trató de sacarla de su mente. Ya le había hecho mucho daño a la trepadora arpía. Le había destruido la vida de sus amigos y casi la de ella. No reparó en la luz interior de su Esperanza que mataba toda maldad, tenía una legión de ángeles que la protegían. Por más que los labios de la mangoleteira vomitaban pestes y salieron mil pestes no llegarían sus maleficios. No le podría borrar la alegría que sentía en la tierra de sus ancestros. Decidió entonces olvidarla y fue a comprar unas sardinas, las haría asadas. Se volvió por aquel horrendo pescado y con una sonrisa también lo tomó . Ya en el piso, desde dónde se contemplaba la mejor vista de Santiago se dispuso a saborear un vino albariño mientras el aroma de las sardinas inundaba todo. Por la noche después de un paseo por el casco antiguo junto sus amigos, los invitó la escuchar música que había traído de América. Fue cuando abría el helado que estaba en el refrigerador. Sobre una fuente veía esos ojos cínicos y las escamas recordándole los ridículos trajes con lentejuelas que aquella liliputiense usaba estando siempre fuera de lugar, ya que el brillo de sus vestidos inequívocamente contrastaban con la opacidad de sus neuronas. Decididamente no lo comería pero, ¿Por que le compraría? Cuando los invitados se fueron volvió a poner la música y de pronto sonó aquello de:
Ya no me importa su desconsuelo Que llore, que llore esa malvada Que sufra, que sufra esa malvada Que pague él daño que me causo...
Después fue a la cocina, cogió el pescado, lo empujó en una tabla y con un trozador le cortó la cabeza, que echó en la basura y después lo secciono en 4, en 8, en 16, en 32, en 64...
Trajo a la memoria la obra de la mangoleteira, en la puerta de su casa dejó cuatro plumas y un gato muerto, era negro. Entonces le abrió los morros con fuerza y le metió uno a uno los 64 pedazos y las plumas, los extendió hasta que los tragó y salió corriendo en un bollo de fuego rumbo hacia el sitio de dónde vino.
La silenciosa oscuridad la mareo al escuchar la dulce voz de Berenguela y abrió los parpados. Se disipó la neblina y un sol radiante invito una a abrir las ventanas, todo era magnifico. Abajo en el parque, el verde era mas verde y el roble otra vez acogía dos enamorados. Ya
llegaban los primeros peregrinos, todo estaba dispuesto para la gran fiesta. La vida en Santiago tenía un color transparente y el aire era puro.
Susana Sonia Fontenla

Explicación del cuento: la mangoleteira era una mujer, que además era bruxa (oscura) y en el año 1997 mató un gato negro, lo dejó como una brujería para el linaje femenino de mi familia. Pero su brujería le jugó en contra y la mangoleteira,como quilombera que era se convirtió en pescado, porque lo que no tenía en cuenta, es que la otra mujer que estaba feliz en el mercado era una Meiga
(magia sanadora)

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